sábado, 27 de agosto de 2011

¿POR QUÉ JUGAR AL AJEDREZ?

Existe este debate sobre las ventajas del ajedrez: que puede prevenir el Alzheimer, que mejora el rendimiento cerebral, etc., etc. Pero este pequeño artículo que voy a escribir pretende dar, meramente, mi personal apreciación, sin importarme caer en la subjetividad. De todas formas, abundan otros artículos y estudios más objetivos sobre los beneficios del ajedrez, sobre todo en los niños.

Lo primero que me viene a la mente es el aspecto social del ajedrez, sus ventajas puramente espirituales. Imagínate que te vas a vivir a Oslo, donde no conoces a nadie. Si eres ajedrecista, no has de preocuparte por ello. Vete al club de ajedrez, e inmediatamente estarás rodeado de amigos. El ajedrez es una especie de lenguaje universal que puede unir a personas de todo el mundo, independientemente de su religión, raza, país, etc. A diferencia de otros deportes, creo que en el ajedrez existe, o puede llegar a existir (ojala que sí), un sentimiento de camaradería universal; alguien dijo que es un deporte practicado por personas que se rinden homenaje unas a otras. Rendimos homenaje constantemente a los Capablanca, Alekhine, Fischer, Bronstein, etc., etc. Si ves un "debate" (por decir algo) sobre fútbol, verás que se habla de todo menos de fútbol: acusaciones mutuas, reproches, violencia verbal, el eterno rival, líos, crisis, todo propio del absurdo más surrealista. En ajedrez, en cambio, se hablaría del juego en sí: se analizan las partidas, se muestran problemas, se enseña técnica, o bien se narra la biografía de algún gran ajedrecista. Pues aquí el ajedrez es interesante "per se", a diferencia de otros deportes, que son sólo un medio para conseguir un resultado (ves un partido de fútbol y, si tu equipo va ganando, sólo piensas en que el partido termine lo antes posible).

En términos más objetivos, dicen los psicólogos que el ajedrez desarrolla, sobre todo, la inteligencia espacial (según la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner), que es la inteligencia que compartimos los ajedrecistas con los cartógrafos, pintores, escultores, arquitectos, navegantes, etc. (aunque todo el mundo tiene inteligencia espacial, hay personas, como los ajedrecistas, que tenemos más de ella que otras personas). También tiene que ver con la inteligencia lógica-matemática, en la que puntúan alto no sólo los científicos y matemáticos, sino también los filósofos. Éstas son las dos inteligencias que más se ponen en juego cuando se juega al ajedrez (valga la redundancia).

El ajedrez es un buen antídoto contra el aburrimiento. Incluso Capablanca destacó este aspecto del juego. No voy a decir que el ajedrez cure la soledad, y no hablaré de la soledad pues ello rebasaría el objeto de este modesto artículo, pero sí es cierto que muchas personas, si tienen la suerte de haber sido tocadas por la diosa Caissa, encuentran en el ajedrez un excelente medio de relación social.

El ajedrez es también un buen remedio contra los males del espíritu. Durante una partida, los problemas de la vida pueden parecer poco importantes comparados con una catástrofe ajedrecística y, precisamente porque no preconizo la evasión ni escapar de los problemas de la vida, creo que el ajedrez, a diferencia de otros deportes (que son el opio del pueblo), puede enseñarnos valiosas cosas para afrontar mejor la vida; por ejemplo, nos enseña que, si nadie ha ganado nunca una partida abandonando prematuramente, en la vida tampoco hay que ceder nunca a la desesperanza. Con paciencia y un minucioso análisis, la luz puede amanecer en la oscuridad, cuando todo parece triste y sin esperanza. Y, si en el ajedrez sólo se puede ganar si todas las piezas cooperan entre sí, quizá así nos percatemos de que en la vida el egoísmo no lleva a ninguna parte. Y un modesto peón puede, con su esfuerzo, llegar a ser una Dama, y el Rey necesita de la cooperación de las demás piezas. Ojalá en la vida real fuese siempre así, y no existiese el "enchufismo", los privilegios que se transmiten hereditariamente, la hipocresía y los atajos. Cuando se juega al ajedrez, uno está solo consigo mismo, y sólo se tiene a sí mismo para resolver los problemas que aparecen en el tablero. La combinación creativa que está ahí, sólo tú mismo puedes descubrirla. Y si no la descubres y lo hace tu oponente, una valiosa lección habrás aprendido.

El ajedrez enseña a respetar al contrario. El que no lo hace así, termina desengañado del juego, y la frustración y el conflicto son su destino inevitable. Son aquellos que, en realidad, no aman el juego con todas sus bellezas que no pueden medirse.

Para cada cual, el ajedrez, como es un asunto tan personal, significa algo diferente. Para Lasker el ajedrez era, ante todo, la lucha contra un adversario. Para Botvinnik era una ciencia. Y para Fischer era un deporte. Buscaba, ante todo, la precisión, igual que una computadora, y el arte no tenía lugar en su visión. De haber sido así, habría jugado con Karpov.

En definitiva, como decíamos, el ajedrez es un asunto muy personal, y cada cual jugará por una razón diferente; algunos, muy pocos, jugarán sin ninguna razón, quizá se han encontrado con él por casualidad (lo cual también cabe dentro de lo posible) y han seguido jugando porque no tenían otra cosa que hacer. Otros, creo que los menos, juegan porque sólo buscan resultados deportivos que ensanchen sus egos, otros jugarán porque así se olvidan, siquiera sea momentáneamente, de sus cuitas y sus desdichas. Otros más jugarán porque, sencillamente, les gusta mucho, e incluso le dedican tiempo adicional en casa reproduciendo las mejores partidas de los grandes genios del ajedrez, como el que escucha una sinfonía de Mozart. Así que, independientemente de las ventajas que los psicólogos puedan atribuir al ajedrez, cada cual prescindirá de eso, y encontrará en el ajedrez aquello que busque, aunque, dependiendo de lo que busque y de lo que termine encontrando en consecuencia, descubrirá, quizá al final de su vida (o en un raro instante de genuino discernimiento) la futilidad o el sentido vital de todo ello. Pues el ajedrez puede ser, también, un medio para conocerse a sí mismo. Lo dijo Goethe: el ajedrez es la más segura de las ciencias del carácter.



6 comentarios:

  1. Hola Enrique:

    Un gustazo el que tengo yo con el ajedrez y con tus artículos. Como escribes macho.

    No tengo el gusto de conocerte personalmente, pero como dices gracias al ajedrez nos hemos conocido.

    Felicidades y por favor sigue escribiendo artículos porque eres un genio.

    Un saludo.

    Manuel Sierra.

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  3. Manuel, yo creo que escribo regular, si no, no habría eliminado mi anterior entrada debido a un error de expresión. Me alegra que te guste lo que escribo. Gracias y un cordial saludo.

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  4. A mí también me gusta lo que escribe Enrique, y este último más incluso.
    Y el perfeccionismo no es señal de escribir mal, sino todo lo contrario, siempre es más probable que engendre un texto grato al entendimiento quien no se conforma con decir las cosas de cualquier manera.

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  5. ¡Olé! Enrique. (Permíteme esta expresión taurina para calificar tu, otro más, magnífico artículo)

    Éste que escribe, y que tanto goza con el ajedrez y con algunas de las cosas que te veo hacer sobre el tablero (las otras no las entiendo por la diferencia de nuestros niveles de comprensión del juego), ahora disfruta con la lectura de estos artículos tuyos que tanto aportan al ajedrez, a los aficionados y fans de las 32 piezas, en su lucha por la victoria. Victoria que, de todas formas, siempre se da al final del juego, incluso en aquel o aquella que no se lleva el punto en juego: “El disfrute durante el desarrollo de la partida” siempre se dará, y eso, nadie nos lo podrá quitar a los que realmente amamos, respetamos y conocemos (o creemos conocer) el ajedrez.

    Enrique: Gracias por enseñarnos.

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