Me dirijo, en primer lugar, a José Manuel Gómez, padre de Raquel, para decirle que me han gustado mucho sus palabras en un comentario que ha escrito sobre su hija. Su hija es una campeona, del ajedrez y de la vida. Yendo más allá, diremos que todo el mundo es valioso en sí mismo, aunque tengas cien años y vayas a morir mañana. Maldita comparación que mide a los seres humanos, que crea rivalidad y envidia, deseos de ser mejor que otro. Cuando uno ama lo que hace, sea el ajedrez o cualquier otra cosa, es suficiente en sí mismo, es suficiente con expresarse a través del ajedrez, la literatura o cualquier otra cosa. Pero para eso hemos de ser sencillos internamente. El mundo rinde culto al éxito individualista; cuanto más grande, mejor, se ha perdido la sencillez. Pero las personas exitosas, los que hacen cosas porque persiguen ser mejores que el prójimo, esas personas no son las que construyen un mundo mejor. Ser un verdadero revolucionario requiere un cambio completo en el corazón y en la mente, no es limitarse a cortar las raíces superficiales, mientras permanecen las raíces profundas que alimentan la mediocridad y el éxito.
Nos comparamos siempre con los demás, con otro más afortunado. Pero la comparación degrada. Nos educan para comparar, y pocos están libres de la comparación. Nuestra educación, y por supuesto nuestra cultura, se basa en eso. La consecuencia es esa lucha permanente por ser algo que no somos. Es mejor comprenderse a sí mismo, esa comprensión despierta la creatividad y entonces uno ama lo que hace, y crece con ello, mientras que la comparación produce competitividad y ambición, que asociamos con el progreso. La verdadera educación consiste en educar a los hijos sin comparación.
Esta necesidad por ser más importantes que los demás, consume a mucha gente. Al satisfacer esa necesidad, se pierden las cosas profundas. Al satisfacerla, y cuando uno sigue manteniendo esa satisfacción aparece la rutina, el aburrimiento. Lo único que perdura es lo real y su maravilla, es decir, ver las cosas tal como son.
Pienso que es posible educar al ser humano en lo externo, pero dejando el centro libre. ¿Podemos ayudar a los niños, a los educadores, a ser libres internamente? Porque sólo en libertad puede ser creativo, y por tanto, feliz. Sólo en la libertad puedes amar profundamente a alguien. De lo contrario, la vida es un asunto enrevesado, una lucha interna y, en consecuencia, externa. No obstante, estar libre internamente requiere enorme afecto y sabiduría. Pero la mayoría se interesa por lo externo y no por el amor y la creatividad. Sin embargo, para cambiar todo eso, unos pocos al menos, deben comprender esa necesidad y generar ellos mismos esa libertad interna. Existe una riqueza ilimitada en una vida sin esta lucha.
La riqueza de la vida está ahí. Ahí está el silencio interno, la belleza de las montañas, una mañana encantadora, las hojas cubiertas de rocío, el sol que, poco a poco, ilumina cada árbol, el mar resplandeciente. Uno siempre es un huésped en esta tierra, la tierra que no pertenece a nadie. Existe la belleza del ajedrez, de la literatura. Para un amante del ajedrez, ver una partida de Capablanca o Fischer es como para un melómano escuchar una sinfonía de Mozart. Pero también en el ajedrez prospera la superficialidad de la existencia. Se ha convertido para la mayoría en un asunto de mero entretenimiento, el cual moldea y aprisiona nuestra mente. Se convierte en un medio para ayudarnos a escapar de nosotros mismos, de lo que somos.
Este es mi último artículo aquí. Ahora escribiré en otro club amigo (en Brenes). Las razones de ello saldrán en una reunión con la junta directiva que tendrá lugar en junio (aunque aun no hay fecha). Será una oportunidad para hablar, con franqueza, de muchas cosas, con transparencia y sinceridad.
Para finalizar, no es cierto que más allá de un elo de dos mil y pico no haya nada. Depende de cada persona en particular. La riqueza de la vida está más allá de estas pequeñeces. Perdonarme que no profundice más; me dirán, con razón, que esto es un blog de ajedrez, no de filosofía oriental. Yo creo que todo está relacionado, la vida es una cosa total y hay que comprenderla como una totalidad, no por fragmentos separados. Aun así, yo ya no soy editor (por decisión de la junta directiva), y ya no me siento libre para escribir aquí como hacía antes: con completa libertad. Pero de esto hablaré en la reunión. Perdonad si me salí del tema, y gracias a aquellos que me han apoyado. Les agradezco profundamente, en especial a Miguel Ángel González. Y lamento no poder concluir, aquí, la historia del ajedrez onubense. Escribí de estos grandes ajedrecistas con alegría, y lo hice viendo sólo lo mejor de ellos, en lo ajedrecístico y en lo personal.
Fdo: Enrique Biedma