jueves, 5 de julio de 2012

Que el Hilo no decaiga...


No, no me cabe. Espero que no os importe que recurra de nuevo a esta página. Soy un cotorro. A José Manuel Gómez, al que espero conocer pronto y que espero me haga el honor de estrechar su mano y de honrarme con prestarme su atención, le digo: José Manuel, entiendo perfectamente y respeto tu escepticismo ante las cosas que escribo. Pero, ¿sería posible que, desde tu sano escepticismo, aceptases (y si no puede ser, qué le vamos a hacer) que pueda haber personas, aunque sean una minoría, que no den importancia alguna a los resultados? Fíjate, quizá no sean tan pocas. Quizá las personas que dan importancia a los resultados sean las que están en franca minoría. Como expresó el señor "Maginfante", a los niños no les importa, al menos al 90% les da completamente igual. No lo digo yo, lo dice él que sí ha estado en torneos infantiles, lo ha visto de primera mano, y ha hablado con ellos. Fíjate, José Manuel, que el 90% de los ajedrecistas (o el 95%, la cifra exacta no la conozco pero sé que por ahí ronda, creo que llega al 98%) no llega ni llegará nunca a un ELO de 1900. Y lo saben perfectamente. Y saben que no tienen posibilidad alguna de mejorar, no por falta de talento, sino porque saben que no tienen la inclinación (o quizá el tiempo) que se necesita para abrir un libro en su casa y ponerse a estudiar. Más del 90% de los jugadores federados pertenecen a esa categoría. No pasan de 4 ó 5 puntos en los torneos, y sin embargo, algunos de ellos son eternos jugadores. Conozco a más de uno que lleva jugando toda su vida y nunca ha pasado de 1600, y no se pierden ni un solo torneo. Sólo los que estamos arriba, por suerte o por desgracia, nos afanamos por los resultados. Y no digo que seamos mejores o peores que ellos, no, no emito juicio alguno, simplemente el hecho es así, aunque según sea el hecho, así serán las consecuencias psicológicas o emocionales, e incluso espirituales.

Si uno quiere vivir de una forma o de otra, perfecto. Sí, éste que escribe reconoce públicamente que ha sido un feroz competidor, lo reconozco abiertamente, reconozco haber quedado en un torneo en el puesto 12, y haberme sentido muy deprimido. Obviaré todo el proceso personal que me ha llevado a trascender eso (cualquier cosa que eso pueda significar), sólo te diré que, hoy por hoy, no tengo ambiciones ajedrecísticas. Me explico: claro que juego a ganar cuando juego, mis amigos saben de sobra lo que disfruto con una lucha ajedrecística feroz, no soy un competidor, pero sí soy un luchador (no es lo mismo aunque lo parezca), mis amigos saben de sobra lo que disfruto con la vorágine de los apuros de tiempo, la barahunda de un torneo de ajedrez, el ambiente ajedrecístico, las partidas rápidas, la bandera a punto de caer, ir al bar Correa (verdadero templo del ajedrez digno de ser novelado, lo que haré algún día seguro) y jugar con un crak del tablero (Carlos Barrero, Manzano) y tratar de resolver los problemas que me plantean, problemas maestros. Me encanta.

Soy un luchador y disfruto jugando al ajedrez. Por supuesto. Pero una vez que la partida ha terminado, ese resultado ha dejado de importarme (antes no era así, he sido un gran rumiador) y hago borrón y cuenta nueva. Soy jugador de ajedrez, eso es lo importante. Tengo otras cosas en la vida, y si pierdo, no será una catástrofe psicológica. Me da lo mismo. Si pierdo, puedo sentirme triste, sí, incluso enfadado, pero sólo conmigo mismo: yo he sido el culpable. Y si en ocasiones he proyectado esos sentimientos en mi compañero (cosa que he hecho y sigo haciendo en ocasiones -cada vez menos frecuentes-, pues soy un saco de defectos, tu escepticismo no andaba desencaminado), he pedido disculpas, pues él ha hecho lo que tenía que hacer: ganar su partida. Yo sería un asno si pretendiese que todo el mundo ha de dejarse ganar cuando juega conmigo. Algunos jugadores parecen ir por la vida como si tuviese que ser así. Considéralo, José Manuel, una cuestión de filosofía personal, de filosofía de vida. Aun así, si eres escéptico (y tienes tus razones para serlo, acabo de admitirlo), y piensas que todo el mundo vive el ajedrez como lo vives tú (y tu forma de vivirlo no es ni mejor ni peor que la mía, no emito juicio alguno), pues qué le vamos a hacer. Pero si piensas que sólo hablo de teorías, yo te aseguro que no se trata de una teoría. Si sólo hablase de teorías, sería un hipócrita y un falso. Por eso afirmo que existe otra forma de vivir el ajedrez, y la vida en general. ¿No puedes aceptar que cada cual vive las cosas a su manera, en vez de querer meternos a todos en lo mismo? Además, no se trata del punto de vista de un loco de la colina.

Un genio como David Bronstein vivia así el ajedrez. "Por lo que veo, el ajedrez competitivo no es para mí", es una frase conocida de él. "Mi objetivo no era vencer a Botvinnik, sino demostrar que hay otra forma de jugar al ajedrez", es otra frase famosa de él. ¿Por qué crees que Kasparov ya no juega? Porque no quiere perder, sabe que no puede ser eternamente el número 1. Por eso se retira, porque para él es más importante su marca personal que vivir el momento. Ahora sólo juega cuando está seguro de ganar. Bronstein, en cambio, no se retiró nunca. Korchnoi dijo en 1981: "a partir de ahora jugaré sólo por placer".Ahora tiene 81 años, y sigue jugando al ajedrez. ¿Ves?, es posible. Y ese 95% de jugadores que no pasan de 1900 son grandes luchadores, luchan cada partida hasta la extenuación, te lo aseguro, pero porque les gusta esa lucha hasta el punto de absorberles completamente, sin embargo les importa un bledo hacer 4 puntos en un torneo y terminar en el puesto 80 o 60. Si les importase, no volverían a jugar nunca más. A los que sí les importa, terminan dejando el ajedrez. Lo dejan, y conozco a unos cuantos. Y no les estoy juzgando, sólo digo que a ellos les afecta en lo personal terminar en el puesto 50, y pasado un tiempo, cuando se dan cuenta de que no pueden aspirar a más, lo dejan. A muchos otros no les importa, y pasan los años y siguen apuntándose a los torneos. ¿No conoces a nadie así? Estoy seguro que has de conocer a decenas de jugadores así. Sí, decenas y decenas. Centenas. Los que estamos "arriba" en las mesas de ajedrez creemos que sólo nosotros somos ajedrecistas pero, como me dijo en una ocasión el Gran Maestro Daniel Cámpora: "el pueblo somos todos, ajedrecistas somos todos".

Yo sé, José Manuel, que debes de ser una gran persona. Tu tono al expresar tus puntos de vista me hace pensar así. Me encantaría conocerte pronto en persona y estrechar tu mano. Pero sucede que en este último campeonato infantil, en el que yo no he estado, han sucedido algunas cosas que aquí han sido expresadas por personas que sí han estado y las han visto. Han tenido la valentía de decirlo. Pido disculpas si he generalizado y he dicho que todos los monitores deben cambiar. Rectifico, pues hay monitores que saben que todos los niños (ese 98% que no gana ni ganará nunca) son tan merecedores de afecto y de cariño como el que gana, y no se enfadan con ellos si "han quedado mal", sólo se esfuerzan porque sus alumnos amen el ajedrez, aprendan a jugar mejor y luchen cada partida; después, se ganará o se perderá,  y no pasa nada. Pero, José Manuel, algunos monitores no son así. Eso lo suscribo y lo digo públicamente, y también, si alguien quiere, se lo diré en persona; aquí todo el mundo me conoce, no escribo bajo seudónimo. Si alguien quiere que se lo diga en persona, no tiene más que dirigirse a mí cuando me vea en el próximo torneo y no tengo problema alguno en hablar con él si esa persona se ha sentido aludida (aunque, que yo sepa, no he nombrado a nadie ni lo haré) o si no está de acuerdo con estas cosas que digo y quiere hablarlo. Pero hay cosas que son un hecho y creo tener perfecto derecho a criticar, constructivamente, todo aquello que piense que puede producir sufrimiento, sobre todo si es a un niño. Por esa regla de tres, uno nunca podrá criticar nada porque si lo hace, se pensará que se hace porque se siente en posesión de la verdad. No, sencillamente uno tiene una percepción de algo que es verdadero (no lo será para otros) y lo expresa porque desea no ver sufrir a otros y quiere ver un mundo mejor. Te aseguro, José Manuel, que es mi única motivación, la única razón de ser de mis artículos. Y en cuanto a si hay más de un camino para llegar al objetivo (que supongo que estamos hablando de la felicidad, la verdad, la autorrealización, etc.), Krishnamurti dijo que no hay caminos, que la verdad es una tierra sin caminos, pero eso, como diría Kipling, es otra historia.

Amigo Diego: no te preocupes por mí en el tema de las clases (si llego a darlas), sé de sobra qué puedo encontrarme. Paciencia tengo sobrada, de todas formas gracias por tu apoyo y tu confianza.

6 comentarios:

  1. Creo que debemos felicitarnos por tener editores de este blog, como es el caso de Enrique, que a la luz de su experiencia alimentan el debate sobre temas de actualidad, como este sobre la competitividad en el ajedrez, y a padres y madres que están dando su visión personal, visión que para mí es de gran valor.
    Por poner un pero a estos debates, y que no parezca que todo se me antoja maravilloso, tengo la impresión de que el debate se ha polarizado mucho, y quizás se ha personalizado algo más de lo necesario.
    Es cierto que hay muchos padres y monitores (¿la mayoría?) a los que les gusta presumir de los resultados de sus hijos o pupilos, lo cual no es necesariamente malo, siempre que ello no les lleve a presionarles en exceso o a fomentar una competitividad inadecuada especialmente en los más pequeños.
    Decíais alguno de vosotros que los chicos deben aprender a amar el JUEGO. Estoy de acuerdo, pero yo incluiría que incluso antes que esto, debemos fomentar que DISFRUTEN del juego, como tal juego, sin que perciban competición alguna.
    Tal como decía Miguel Ángel González, "...más adelante, si lo desean, podrán profundizar en su estudio y tratar de amar la COMPETICIÓN. Desde su libertad y su conciencia deben poder elegir si prefieren el juego, la competición o ambos según el momento". La precaución que debemos tener los mayores que influimos en su formación es la de no adelantar acontecimientos, no meterles una presión que ni desean ni para la que quizás estén preparados.
    Pero tampoco deberíamos concluir que la competición es intrínsecamente indeseable, pues, en la línea que indica José Manuel Gómez, la competición, cuando los chavales están maduros para ella, puede ser un camino de perfeccionamiento no sólo de su juego técnico sino para desarrollar cualidades como la templanza, la concentración, el esfuerzo e incluso la ambición, palabra esta última que aunque tiene mala prensa, cuando es sana y está bien encauzada, sin perder el equilibrio personal, puede ayudar a preparar a los chavales para un mundo que, queramos o no, es competitivo. Creo que la clave está en no adelantar acontecimientos, no saltarnos la fase de diversión y juego social, fomentar el amor por el ajedrez y su estudio, y dejar el aspecto más competitivo solamente para los chavales que realmente lo deseen y sólo cuando estén preparados para ello.

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  2. Hay otras cuestiones que habeis citado en los comentarios a las últimas entradas que me parecen de especial relevancia para definir los pasos por los que queramos llevar al club a medio plazo:

    1) La incorporación de nuevos monitores a las clases del club para los chicos y chicas, y quizás también para ampliar clases a adultos, que puede traer sabia fresca a nuestras aulas. En este sentido, tanto el ofrecimiento de Enrique, como algún tanteo que he realizado a algún otro jugador de alto nivel del club, puede ser de gran valor para permitir que la sapiencia de los jugadores de más nivel ajedrecístico del club llegue de forma más directa a nuestros alumnos.
    Además, el reciente curso de monitores, en que varios jugadores y padres de alumnos/as del club se han esforzado, puede permitirnos incorporar a varios nuevos monitores de base, cuya ilusión es notoria, a las clases para peques.

    2) La difusión de los beneficios que la práctica del ajedrez puede tener para nuestros hijos y alumnos, que María José describió con maestría en un comentario reciente suyo, y que sorprendentemente no ha tenido mucho eco en las respuestas posteriores. Si defendemos, como yo defiendo, que el principal objetivo de dar clases de ajedrez a los chavales es la de aportar a su crecimiento personal, y no tanto pretender que sean grandes ajedrecistas, la discusión de los beneficios que el ajedrez aporta a su desarrollo intelectual, social, emocional es una cuestión fundamental. Quizás debamos dedicarle una entrada monográfica apoyada por citas de estudios especializados en la materia.

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  3. Personalmente pongo punto y final (espero que sí, al menos de momento, y espero que por largo tiempo) a mi aportación a este interesante debate sobre la competitividad. Escribí sobre ello hace unos seis meses, y dejé clara mi postura. Por eso no pensaba volver a escribir sobre ello, pues no quería monopolizar el debate ni imponer nada. De hecho, recuerdo que aquel artículo que escribí suscitó muchos comentarios, a los cuáles no respondí por considerar que es asunto de cada cual vivir según su buen entender. Pero, a la luz de algunas quejas escritas aquí sobre lo sucedido en el último torneo infantil, casi sin querer he vuelto a escribir sobre este asunto. Y ahora creo que las posturas de todas las personas que se han expresado aquí están muy claras. Por eso, personalmente prefiero cambiar de tema y responder al deseo de Miguel Ángel y Maria José de dedicar alguna entrada monográfica al tema de las ventajas del ajedrez. Por lo demás, sigue siempre abierta mi invitación a hablar, EN PERSONA, del debate sobre educación, competitividad, etc., con cualquier persona que lo desee. En cuanto a lo de dar clases, aun no he dado el sí. Antes prefiero hablarlo en persona con quien corresponda pues no es el ganar unos euros lo que me movería a dar clases en absoluto sino todo aquello que ya he expresado en anteriores artículos y comentarios.

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  4. Hablar en persona es, desde luego, mucho más rápido, ameno e interesante que debatir por aquí. Sólo un último apunte: vivimos en una sociedad competitiva, como apunta Miguel Ángel, y esa sociedad ha sido creada por cada uno de nosotros (me incluyo, desde luego). Cada uno de nosotros (y yo el primero) ha contribuido a ella. Por mi parte, punto final.

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  5. Punto final quiere decir: punto final aquí, en este estupendo blog. No quiere decir que el debate esté agotado: queda muchísimo, y tiene enormes implicaciones e infinidad de matices.

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  6. Telegrama a D. José Manuel Gómez (a quien no tengo el placer de conocer personalmente pero "uso" aquí su nombre como símbolo de todas las personas que consideran la competitividad un valor esencial):

    "Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor."

    [La cita, inolvidable, es de Samuel Beckett].

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