(Publicamos en nuestro blog el presente artículo, remitido por José A. Paredes,
por mediación de nuestro compañero de club José A. González Soriano)
ETIMOLOGÍA
DE “AJEDREZ”: UNA METÁFORA DEL DESTINO
“Ajedrez” es un término de origen árabe
que nos permite viajar a Oriente y descubrir, una vez más, como la cultura y
las ideas se han transmitido de unos mundos a otros desde hace milenios. En el siglo VI d.C se jugaba en el norte de la India un
juego llamado “chaturanga” (del
sánscrito चतुरङ्ग), cuyo nombre hacía alusión a las cuatro (chatur) fuerzas
(anga) que componían el ejército: infantería, caballería, elefantes y carros.
Desarrollado a partir de variantes mucho más antiguas (el Mahabharata ya
menciona un juego con este nombre en 500 a. C), el chaturanga tuvo tanto éxito
que se extendió a través de la ruta de la seda por todo el mundo conocido,
dando lugar al Xiangqui (o ajedrez chino, aún muy popular) y a otras versiones
asiáticas del juego que se conservan en Japón (Shogi), Corea (Janggi) y
Tailandia (Makruk). En su viaje a occidente el chaturanga hindú se convirtió en
el shatranj (شطرنج) persa, que se practicaba en el imperio sasánida antes de
la conquista musulmana y era utilizado para enseñar a los príncipes el difícil
equilibrio que hay que encontrar entre la libertad y la necesidad.
El tablero del ajedrez, que ya se utilizaba en el siglo
IV a.C en el juego del ashtapada (अष्टापद), es un mandala, es decir, una representación del
universo y sus ciclos eternos: la alternancia del blanco y el negro de los
escaques simbolizan la vida y la muerte; la noche y el día. Por su parte, las
cuatro casillas centrales representan las cuatro edades del hombre y las
estaciones del año; rodeando este núcleo aparecen las doce casas que el Sol
recorre a través del zodíaco; finalmente, las veintiocho posiciones exteriores
se corresponden con las respectivas casas del ciclo lunar.
Sobre este escenario cósmico que, tras su sencillez
aparente encierra una complejidad casi infinita[1],
se representa el drama de la existencia humana. Cada jugada es una elección que
implica preferir unas alternativas y rechazar otras y que, tras realizarse,
conduce de un modo inexorable a una nueva situación del juego, con su
correspondiente constelación de nuevas posibilidades, que se impondrá a ambos
jugadores. Esta combinación de libertad en la elección y de necesidad
inexorable en sus consecuencias queda patente en una regla fundamental del
juego: la que establece que “pieza tocada, pieza jugada”, recordándonos la obligación de
considerar la situación compleja de la partida antes de tomar una decisión,
cuyas consecuencias han de ser previstas en lo posible.
Que el ajedrez era un juego de reyes aparece en las
figuras fundamentales del rey y el visir (llamado en persa “farzin” y en
castellano antiguo “alferza”), que sería sustituído por la dama o reina. La
propia expresión “jaque mate” viene de “Shah mat” = “el rey (Shah) ha muerto”. Y el mismo nombre del juego, en
muchos idiomas, procede de esta misma palabra: “Shah”, o “rey”, en persa. Por
ejemplo, “scacc(h)i”, en latín; “escacs” en catalán; “échecs”, en francés; “Schach” en alemán; etc, etc. El recuerdo de la
antigua persia aparece en otras palabras del juego. Y así, “alfil” viene de “fil” فيل “elefante” en árabe y persa; en cuanto a la
torre, antes recibía el nombre de “roque”, de donde también “enroque”, palabras
que proceden del persa “رخ” (roj) = carro de combate. Todavía hoy, en algunas
fiestas de Valencia desfilan carros llamados “roques”.
Los árabes, que tanto deben
a los persas, tomaron de estos el juego al que llamaron “ashshatranj”
(الشطرنج), de donde vendría, finalmente, “ajedrez”. Tanto en el Oriente
musulmán, en la legendaria ciudad de Bagdad, como en Alandalus, el ajedrez fue
practicado, estudiado y enseñado con devoción. Grandes figuras como el médico y
filósofo Razi escribieron tratados del juego del que también se ocuparon los
reyes. El castellano Alfonso X mandó componer un célebre libro de ajedrez y,
siglos antes, Alfonso VI sintió tal pasión por el juego que, según la leyenda,
renunció a tomar la taifa de Sevilla como consecuencia de una partida. Ante el
avance de las fuerzas cristianas en 1087 el astuto visir Ibn Ammar despertó la
codicia del rey con un maravilloso tablero y unas no menos extraordinarias
figuras hechos de marfil, ébano y oro. Ammar convenció a Alfonso para que
apostaran: si ganaba el castellano, podía quedarse con el tablero y las piezas;
pero si ganaba Ibn Ammar, el rey tendría que cumplir la condición que se le
impusiera. Ganó la partida el sabio ministro, que pidió la retirada del
cristiano y libró a la taifa de Sevilla del destino que más tarde caería sobre
ella.
[1] El número estimado de partidas posibles –número de Shannon = 10120- excede con mucho al número estimado
de átomos en el universo (entre 4×1078 y 6×1079) Para comprender la enormidad de esta cifra basta pensar que si los 6000
millones de habitantes de la tierra jugaran al ajedrez todo el día moviendo una
pieza por segundo, tardarían algo menos de 2×1099 siglos
o 2×1089 billones de años en
completar el juego. Comparado con este número los 1,845 x 1019 granos de trigo que, según la
leyenda, pidió como recompensa el inventor del juego –equivalentes a 907 veces la cosecha mundial de este cereal- parecen cosa de
poco. http://thales.cica.es/rd/Recursos/rd99/ed99-0035-01/temas/partidas.html http://es.wikipedia.org/wiki/N%C3%BAmero_de_Shannon
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